Curso intensivo de posgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Última semana para inscribirse
domingo, 29 de junio de 2014
jueves, 26 de junio de 2014
A DOCE AÑOS DE LA MASACRE DE AVELLANEDA
El
26 de junio de 2002 no había clima mundialista. El debate público no giraba alrededor
de la rabona de rojo, ni de su gol de rodilla. Messi todavía no era dios,
Lavezzi era menos fachero, y la cuestión del debut de Pelé estaba relegada a un
segundo plano. En el año 2002 la pobreza era de alrededor del 53%, la
indigencia rozaba el 25%, la desocupación estaba cerca del 22%, y fue en este
contexto que para el 26 de junio cinco organizaciones de desocupados habían
decidido cortar cinco de los puentes que conectan la Provincia de Buenos Aires
con la Ciudad de Buenos Aires. El Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD)-Aníbal
Verón había escogido el Puente Pueyrredon para manifestarse.
El
MTD-Aníbal Verón era una de las tantas organizaciones de desocupados y
desocupadas que se fueron conformando a partir de la segunda parte de la década
de 1990. El nombre de Verón, claro está, no hace alusión a la “bruja” sino a
quien el 10 de noviembre del año 2000, en el marco de una protesta de
trabajadores despedidos de la empresa Atahualpa de Salta, cayó muerto en la
ruta nacional 34 con un tiro en la cara. Por entonces, uno de los repertorios
de protesta más utilizados por estas organizaciones era el corte de calle o
ruta. Como estaban desocupados y desocupadas no podían hacer huelga. Pero además,
como no tenían trabajo, acceso a la educación, a la salud, a una vivienda digna,
a una alimentación adecuada, no les quedaba otra alternativa que hacerse oír y
presionar a las autoridades a través de los cortes. En la actualidad hay otras
organizaciones que utilizan el corte de calle como repertorio de protesta, pero
hacia el año 2002 quienes cortaban las calles eran los desocupados y las desocupadas.
En
el marco de ese angustiante panorama de pobreza, indigencia y desempleo, el 26
de junio las organizaciones se movilizaron exigiendo: a- El pago de los planes
de empleo, ya que muchos compañeros estaban hace meses sin cobrar; b- Aumento de los subsidios de 150 a 300
pesos; c- Implementación de un plan alimentario bajo gestión de los propios
desocupados; d-Insumos para las escuelas y centros de salud de los barrios; e- Desprocesamiento
de los luchadores sociales y fin de la represión; f- Declaración de solidaridad
con la fábrica Zanón ante la amenaza de desalojo. El día anterior, funcionarios
del gobierno de Duhalde advirtieron no que resolverían estos problemas urgentes
sino que impedirían los cortes, y así fue: Impidieron el corte utilizando una
escandalosa represión y no resolvieron ninguno de los problemas.
El
26 de junio Maximiliano Kosteki, de 25 años y militante en el MTD-Guernica, y
de Darío Santillán, de 21 años y militante del MTD-Lanús, fueron asesinados en
la Estación Avellaneda mientras huían de la represión de la policía y la
gendarmería. Al día siguiente, en lugar de condenar la represión, el Diario “Clarín”
tituló “la crisis causó dos nuevas muertes.” Como si esto fuera poco, el 29 de
junio “Clarín” incluía declaraciones de Franchiotti –condenado por los
asesinatos-, quien decía que los manifestantes habían ido al puente a
"combatir” y que había escuchado disparos “de armas de fuego por parte de
los manifestantes.” Hoy, a 12 años de la “Masacre de Avellaneda”, se realiza un
corte exigiendo justicia. También hoy “Clarín” narra lo sucedido hace doce años
sin hacer mención al angustiante contexto socioeconómico y reduce el reclamo de
aquella triste jornada diciendo que Maxí y Darío estaban en el puente en “reclamo
de planes sociales” (http://www.clarin.com/politica/puente_pueyrredon-kosteki_y_santillan_0_1163883831.html).
Pasaron doce años y todavía no han aprendido nada.
jueves, 19 de junio de 2014
La deuda como relación de poder
El día lunes se conoció que la Corte Suprema de los Estados
Unidos no tomará el caso en el cual el juez Federal del Distrito de Nueva York
Thomas Griesa –nombrado por Richard Nixon, miembro del Partido Republicano,
en 1972- y la Cámara de Apelaciones del Segundo Circuito de los Estados Unidos, condenaron al Estado Argentino a pagar 1300 millones de dólares a los “fondos buitres”
(holdouts) que no entraron al canje de la deuda externa argentina. Entre
los años 2005 y 2010 la Argentina reestructuró su deuda y acordó con el
93% de los acreedores una quita de capital y una reprogramación de los plazos
de pago. El 7% que no aceptó el canje inició diversos juicios, uno de
los cuales es el que comenzaron en el 2007 los fondos NML Capital Ltd. y EM Ltd
ante los estrados de Griesa. NML había comprado bonos de la deuda por
40 millones de dólares pero la sentencia obliga al Estado Argentino a pagar la
suma de 1300 millones de dólares, abriendo la puerta para reclamos de otros holdouts, pero también de quienes sí aceptaron
al canje. Esta sentencia implica un importante obstáculo en la política de
acercamiento a los mercados internacional de crédito que se advertía en los
últimos tiempos. En este registro debe enmarcarse no solamente el acuerdo con
el Club de París, sino también el pago de las sentencias de juicios tramitados
en el CIADI (Azurix y Blue Ridge), y el acuerdo con REPSOL como consecuencia de
la expropiación.
Bilbao, 2013 |
Es importante (re)pensar todo este contexto, y quizás
particularmente la sentencia del Griesa, no solamente como un problema jurídico
o financiero, sino como un problema de poder. En estos casos, y en términos de
Maurizzio Lazzarato (La fábrica del hombre
endeudado, 2011) en lugar de hablar de finanzas, es preferible aludir a una
economía de la deuda que estructura una relación de poder entre acreedores y
deudores. A nivel microfísico, cotidiano, la relación acreedor-deudor instituye
una relación de poder específica en la cual el sujeto endeudado debe desarrollar
un modo de vida que sea compatible
con el reembolso. Si se piensa en
quien debe pagar el saldo de una tarjeta o un crédito hipotecario, se advierte
cómo la economía de la deuda impone en el sujeto endeudado modulaciones de
acciones y de tiempos. Al menos en parte, el sujeto endeudado debe ajustar su modo
de vida y el diagrama de su futuro a las exigencias del reembolso de la deuda
contraída. De la misma manera, a nivel macrofísico, las acciones políticas
presentes y futuras de los Estados están moduladas por la economía de la deuda,
y ya no son los Estados Imperialistas, sino de modo más sutil las agencias
calificadoras de riesgo y en este caso las presentaciones judiciales de grupos
de inversores las que hacen que la política estatal se termine ajustando –en más
de un sentido- a la capacidad de reembolso.
Teniendo en cuenta lo anterior, creo que lo que tiene Griesa
frente a sus ojos, y ha legitimado con su sentencia, no es solamente una causa
judicial en la cual unos “buitres” intentan hacerse de ganancias exponenciales,
sino que tiene ante sí un laboratorio privilegiado que muestra con total
claridad el funcionamiento de la economía de la deuda: un pequeño grupo de
acreedores con capacidad de condicionar las acciones presentes y futuras de un
deudor. Si esto es así, lo primero que deberíamos hacer es dejar de hablar de “buitres”
para referirnos a estos fondos. No solamente porque los buitres no pueden no
comerse los animales muertos, sino también porque los fondos “buitres” modulan las acciones de
quienes todavía están en vida y tratan de imprimir una vida condicionada, ajustada a los parámetros del pago. Pero
además, y esto es lo más difícil, la tarea pendiente radica en cómo (re)pensar
las estrategias de resistencia frente a estas tecnologías de poder que, muchas veces, no se presentan como tales.
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