Tal como
sucede con las acciones individuales, nunca es sencillo desentrañar el sentido
que tienen las acciones colectivas. En el marco de estas dificultades, si
asumimos que Nisman simplemente se suicidó el 18F carece de sentido: no queda
claro por qué tomar el espacio público ante una decisión privada de dejar de
ser. Sin embargo, intentando leer la convocatoria al 18F a su mejor luz y con
las mejores intenciones, el único modo de pensar que tiene sentido es asumiendo
que la muerte de Nisman fue un asesinato o un suicido inducido directa o
indirectamente por el gobierno. El 18F solamente tiene sentido si se considera
la muerte de Nisman como un caso de violencia institucional. Pero si esto es
así, habría que plantear algunas dudas sobre los protagonistas de la
convocatoria y sobre el modo de manifestarse.
Un primer
interrogante que se nos hace presente se vincula con los sujetos que convocan a
la marcha: ¿Cómo es posible que algunos fiscales –que se presentan
mediáticamente como “los fiscales”- que son los encargados de desarrollar las
investigaciones, marchan exigiendo una investigación? De todos modos esta no es
la pregunta correcta puesto que si asumimos que se trata de un caso de
violencia institucional contra un fiscal, es muy esperable una respuesta
corporativa como esta. Por ello la pregunta clave es ¿Por qué marchar con
ellos? Entre los fiscales que convocan se encuentran Germán Moldes y Raúl Plee,
acusados de obstaculizar la investigación del encubrimiento de la causa AMIA.
Es cierto que cuando se convoca a una marcha podemos estar frente a algún
organizador con prontuario que queda balanceado con grandes referentes morales
que aporten luz en la oscuridad, pero en este caso cabe preguntarse si alguno
de los fiscales que convoca logra limpiar las manchas antes mencionadas.
Además, es importante tener presente que de la marcha participarán personajes
políticos como Cecilia Pando, Mauricio Macri o Sergio Massa. La primera defiende
a los militares responsables de los delitos más atroces, el segundo había
creado la UCEP para usarla como fuerza de choque y luego envió la Policía Metropolitana
para golpear a los médicos y enfermos del Borda, y el tercero tiene un claro
discurso de mano dura. Con muchas diferencias, los tres apuestan por
incrementar la violencia institucional contra la que supuestamente levanta esta
marcha.
Preguntarse
quiénes convocan o con quién marcharemos no es un dato menor, y la recomendación
no sería no marchar, sino no marchar con ellos y ellas. En las conmemoraciones
del 24 de marzo se organizan no una sino dos marchas a Plaza de Mayo,
convocadas por sectores y personajes políticos distintos. Lo mismo sucedía con
las conmemoraciones de las muertes del 19 y 20 de diciembre del 2001. Quizás
ante la muerte de Nisman tenga sentido marchar, pero no con ellos y ellas.
En segundo
lugar, si usted sale a manifestarse porque cree que estamos en un caso de
violencia institucional me gustaría verlo en esas calles y plazas ante otros
episodios inscriptos en la misma lógica, como los casos de represión de la
protesta social o el gatillo fácil. Curiosamente el 24 de enero, en Villa
Rumipal, Ismael Sosa desapareció después de algunos “incidentes” con la policía
y días más tarde su cuerpo apareció flotando en un embalse. Se trata de un
posible caso de violencia institucional, pero al parecer no merece un 24F.
Un párrafo
aparte merece la politización de la marcha, y el silencio que se predica de
ella. Afirmar que la marcha se encuentra politizada no tiene una carga valorativa
negativa, sino que se trata de un sinceramiento. Es una perogrullada afirmar
que si los fiscales convocan a tomar las calles estamos frente a un acto
político. De todos modos, e irónicamente, estamos frente a un modo se hacer
política bien propio de las estructuras judiciales: una política que se juega
en silencio. Es esperable que los fiscales convoquen al silencio porque están
acostumbrados a las penumbras de las estructuras judiciales en Argentina, y
porque su modo de hacer política no discute en el espacio público. También es
esperable que eviten realizar una manifestación de principios, puesto que muy
probablemente se vuelva contra ellos y ellas. De todos modos, en un contexto en
el cual la muerte de Nisman disparó el debate sobre los servicios de
inteligencia, resulta paradójico salir a las calles no para exigir a gritos
reformas bien profundas y democráticas, sino para anular el debate y pedir
silencio –con todo lo que implica estar en silencio con ellas y ellos-.
Leído a su
mejor luz y con las mejores intenciones el 18F solamente sólo tiene sentido si
se puede caracterizar la muerte de Nisman como un caso de violencia
institucional. Sin embargo, ese sentido se diluye si se marcha con ellos, si se
olvidan los restantes casos de violencia institucional, y si ante la urgencia
de un debate por la reformulación de los servicios de inteligencia la mejor idea
que llamarse a silencio.