martes, 30 de diciembre de 2014

Que no se repita Cromagnon

República de Cromagnon con dos de mis grandes amigos a ver a Callejeros –una banda que seguíamos-, o ir al cumpleaños de un amigo algo más lejano. Decidí ir al cumpleaños. También recuerdo la mañana del 31 de diciembre cuando parte -sólo una parte- de mi desesperación se terminó al saber que mis dos amigos, y mi primo, estaban bien. Lamentablemente no fue el destino de todos y todas.



La tragedia de Cromagnon transformó en opaco el brillo de 194 jóvenes que sin saberlo asistieron a su último recital. Dejó lágrimas desparramadas en familiares, amigos y sobrevivientes. Pero también dejó un imperativo categórico: que no se repita Cromagnon. El rock aplicó rápidamente ese imperativo y en los recitales los colores de las bengalas se reemplazaron por la luz del recuerdo de los 194 pibes y pibas.

Quizás con alguna resonancia agambeniana podría decirse que los únicos testigos integrales de Cromagnon, los únicos que podrían contar acabadamente lo que allí sucedió son los que hoy no están. A pesar de ello siempre atraparon mi atención algunas de las voces utilizadas para narrar lo sucedido: “encierro”, “oscuridad”, “desesperación”, “angustia”, “no saber qué hacer”, “más gente que la permitida”, “dificultad para encontrar la salida”, “culpa por quienes quedaron dentro.” Estas voces se utilizaron para describir lo sucedido aquella noche del 30 de diciembre de 2004, pero podrían bien emplearse para  pintar el encierro en prisión. Ese encierro que algunos –quizás atravesados por un dolor inconmensurable- exigen para los músicos de Callejeros. Que no se repita Cromagnon implica esforzarnos para que no sea necesario volver a pronunciar ni escuchar esas voces, que explican a gritos lo sucedido aquella noche y que volverán como un constante susurro si los músicos vuelven a ser encerrados.    
    

  

sábado, 6 de diciembre de 2014

LA CORPORACIÓN JUDICIAL


En general tengo una mirada muy crítica de la estructura del Poder Judicial en la Argentina. La localización de los tribunales y los juzgados en Palacios muy lejos de los barrios, un horario de atención no solamente muy acotado sino también extremadamente inaccesible para una buena parte de los trabajadores, un escandaloso privilegio en los días de vacaciones, un sistema de prácticas, rituales y lenguajes inaccesibles para la mayoría de la población, son solamente algunos de los aspectos reprochables –que en algunos casos también valen para instituciones legislativas y ejecutivas-.



La tensión entre las estructuras y los agentes atraviesa gran parte de las discusiones en ciencias sociales, pero en este caso puede decirse que a pesar de la pesada estructura del Poder Judicial hay varios funcionarios y funcionarias, jueces y juezas que intentan redefinir algunos de los aspectos reprochables que tiene el Poder Judicial. De todos modos, hay otros agentes que se encargan de reestructurar, de reproducir voluntariamente los peores vicios de la estructura del Poder Judicial. En una entrevista que se publica hoy en La Nación (acá), el Presidente de la Asociación de Magistrados y Funcionarios Judiciales sostuvo que no existe la corporación judicial: “entre los jueces hay gran diversidad. Es un poder poco corporativo.” Sin embargo luego agregaba que “creo que la protección de una remuneración digna es una actividad en la cual pueden decir que los jueces actuamos corporativamente. Pero en todo lo demás, cada uno tiene total independencia.”  

Esta afirmación es notable puesto que denota un profundo desconocimiento sobre la noción de corporación, que centralmente alude a la defensa y la protección de los intereses económicos de los integrantes que la conforman. El Presidente niega el carácter corporativo del Poder Judicial pero incluye una excepción –la defensa de los intereses económicos- que es la regla de las corporaciones. De todos modos hay algo peor, porque el Presidente defiende el alto nivel del salario de los jueces –comparemos con el sueldo de los médicos y las médicas, los maestros y las maestras, etc.- para que puedan vivir dignamente sin recurrir a prácticas que pongan en juego su estabilidad. En primer lugar cabe preguntarse: ¿Si un juez o jueza tiene un salario que le alcanza para llevar una vida digna, qué tipo de vida tienen aquellos y aquellas cuyo salario es notablemente inferior? Sin embargo hay algo peor: si un juez o jueza se corrompe para poder llevar una vida digna, esa dignidad se ha perdido. Pensar que la dignidad de la vida se reduce a mantener un nivel de ingresos quizás sea un muy ajustado retrato de la corporación judicial. Ojalá que no