Entiendo que es bastante frecuente situar la clave de la
política en aquello que se dice, que se manifiesta, que se expone públicamente,
pero creo que también es interesante tratar de entender lo que se expone a la
luz de lo que se esconde, lo que se dice a la luz de lo que se silencia o de lo
que simplemente se susurra. No se trata de pensar lo político a partir de las
ausencias, sino de mostrar cómo ciertas ausencias permiten comprender de modo
más preciso aquello que se hace presente. Según creo, a partir de este juego de
oposiciones es posible sacar algunas conclusiones sobre el 13N.
Es claro que una primera aproximación a las ausencias del 13N
no puede sino hacer foco en la escasa participación, en la ausencia de individuos
en las calles, y dentro del juego de oposiciones que propuse, un contraste
interesante indica que en la convocatoria figuraban esquinas de los barrios más
acaudalados de la Ciudad de Buenos Aires, pero no había puntos en los barrios
más pobres.
Más allá de la escasa convocatoria, uno de los grandes focos de
queja ha sido la corrupción, y es así que una pancarta rezaba –en una lógica de
reducir lo político a lo monetario-: “Para los K la década ganada, para el
pueblo la década afanada.” Aquí es
interesante tener en cuenta que quienes se han manifestado en contra de la
corrupción estatal –por cierto repudiable- posiblemente nunca se hayan
manifestado en contra de la corrupción privada, dentro del cual se inscribe un
gran abanico de prácticas que van desde la evasión y elusión impositiva hasta
la contratación de trabajadores sin registrar. Exponer solamente la corrupción
estatal no solamente silencia la corrupción privada, sino que si tomamos la
experiencia menemista como laboratorio conceptual nos permite extraer algunas
conclusiones.
Afortunadamente para una gran parte de la población hay un
sentido común que indica que el menemismo fue una década infame. De todos modos
si se expone a la década menemista solamente como una década corrupta, se está ocultando
aquello que es al menos tan escandaloso como la corrupción: el neoliberalismo.
En este punto resulta por demás interesante que en las protestas de la segunda
parte de la década de 1990, los movimientos sociales que resistían al
neoliberalismo no centraban su atención en la corrupción sino que articulaban
sus reclamos en torno a derechos y a políticas. Reclamaban por el derecho al
trabajo, a la educación, a la salud, a la tierra, y acompañaban la realización
de estos derechos con propuestas políticas
concretas: no al pago de la deuda externa, la estatización de las empresas
privatizadas bajo control de trabajadores y usuarios, etc.
En el 13N las demandas no se articularon en torno a los derechos: nadie pedía por el derecho de
los trabajadores despedidos de Lear, ni por mayores sueldos para los
trabajadores de la educación y la salud, ni por el derecho a la tierra
vulnerado por el extractivismo. Tampoco se exigieron políticas públicas concretas, y estos silencios permiten alumbrar lo
que se exponía en la frase: “Para los K la década ganada, para el pueblo la
década afanada.” Si algunos sectores de la zona norte de la Ciudad de Buenos
Aires han perdido ciertos privilegios durante esta década, ello no se explica
–incluso cuando efectivamente existan- por prácticas de corrupción, sino por
prácticas políticas y de consagración
y materialización de derechos de los
sectores más postergados de la sociedad. Aunque personalmente creo que se
podría haber avanzado mucho más, buena parte de los derechos materializados en
la asignación universal por hijo, el aumento del presupuesto educativo y las
moratorias jubilatorias, necesariamente han implicado atenuar algunos
privilegios de las clases más favorecidas. Sin embargo al enunciar que estas
pérdidas se deben a la corrupción, al afano, se silencia la opinión que estos
sectores privilegiados tienen sobre estas políticas
que consagrando derechos intentan
atenuar la escandalosa situación en la que todavía viven los sectores más
excluidos de la sociedad. No nos cuentan, quizás porque no se atreven a exponerlo
públicamente, si están dispuestos a perder sus privilegios (no sus derechos)
para que otros se acerquen a un nivel de vida menos angustiante.
Asimismo, otro de los focos ha sido la inseguridad, que
también supone un tipo de reclamo que oculta mostrando, porque por un lado expone
un tipo particular de inseguridad –la inseguridad de ser arrebatado de los
bienes-, pero esconde otro tipo de inseguridades –la inseguridad de perder el
empleo, de no llegar a concluir los estudios primarios o secundarios, de no
contar con los insumos en un hospital-. Esto no implica negar que la
inseguridad de bienes y la violencia que acompaña algunos delitos contra la
propiedad sea un grave problema a resolver. Simplemente, y nuevamente, rastrear
en lo que se silencia permite alumbrar aquello que se enuncia: parece claro que
quienes piensan solamente en la seguridad de sus bienes no creen que el camino
para lograrla sea avanzar en políticas que
garanticen las seguridades laborales, educativas y sanitarias.
Según creo, este juego de ausencias y presencias permite no
solamente llamar la atención sobre lo que no estaba en la agenda del 13N, sino
que además permite leer con mayor precisión aquello que sí estaba enunciado. Lo
que resta es analizar si este mismo juego de oposiciones permite dar luz ya no
sobre los reclamos de algunos manifestantes, sino sobre las proclamas
publicitarias de ciertos candidatos.
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